domingo, 11 de junio de 2017

¿De un exilio?



Fue una tarde que pudo haberse dado en el 2002. Aquella casa, que en su medida había sido familiar, irónicamente este 2017 dejó oficialmente de serla. No muchos lo hubiéramos considerado de esa forma, era inevitable que sucedería, no por voluntad mía, si no por alguna voluntad psicótica, si es que se le puede identificar de esa forma, o quizás peor. Así que, en ese son de desmadres y caos, lo que quedaba de mí en aquella casa, se me pidió que yo lo retirara. No me negué, solo pedí que se pusiera todo bajo techo, quizás en el garaje. Mi solicitud fue excesiva. Lo que había considerado yo que había quedado almacenado en aquella casa, fue colocado en la calle de enfrente, allí no muy lejos del garaje.

Solamente en esa calle, a la intemperie, quedó lo que fue considerado que eran mis pertenencias. No bastaba, no podía quedarme callado, así que solicité que todo lo que implicara mi nombre, mi presencia en cualquier aspecto, en cualquier momento de nuestras vidas, no debía quedar en esa casa. Se supone que ya no hay nada de mí, allí, en ese espacio supuestamente remodelado, en ese espacio que supuestamente fue familiar. Debe ser, quizás para quienes habitan esa casa, la aceptación de una ausencia total, de un despojo inmenso de vida, de la liberación de lo no moldeable acorde a su voluntad.

En esos valores ajenos a los míos, en los que les resultó indiferente la inherencia de la herencia de diabetes, ateroesclerosis, glaucoma y cataratas, se les facilitó mi sentencia, a al menos, a un exilio.

Son pocas las familias que he observado que son unidas y de digna y saludable funcionalidad.

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